Establecer un sitio apropiado para hacer los deberes: No tiene por qué ser en un escritorio o en su habitación, pero sí debe respetarse que sea siempre el mismo, que esté bien iluminado y que allí el niño tenga acceso a todo lo necesario para realizar sus tareas. También, que sea un lugar sin distracciones, que le permita concentrarse y q , con el paso del tiempo, se llegue a asociar con el estudio. Es clave que, mientras se dedica a sus deberes, el pequeño no tenga acceso ni al teléfono ni a la televisión.
Fijar un momento del día: Al igual que con el lugar, también hay libertad para optar por cuál será el momento dedicado a los deberes. Pero una vez elegido, se debe cumplir. Esto contribuye a crear hábitos de estudio y disciplina, y también ayuda a evitar discusiones; cuando llega la hora, toca hacer los deberes. Lo más recomendable es que sea temprano, después de un rato de distracción tras volver de la escuela. Cuanto más tarde se haga, el niño estará más cansado y tendrá menos ganas, le costará más y los resultados serán peores.
Si se establecen reglas y horarios, ser firmes en su cumplimiento: Este punto está muy relacionado con los dos anteriores. No quiere decir que haya que ser inflexibles de un modo radical, pero sí que se note que, cuando no se cumple con un horario, se trata de una excepción.
Acompañar a los niños mientras hacen las tareas: Acompañarlos significa estar cerca de ellos, pero no encima, ni mucho menos “hacerles” los deberes. Dejar que los niños realicen sus actividades del modo más independiente posible es una forma de reconocer su autonomía, su inteligencia y su capacidad de hacer las cosas por sí mismos, aunque no salgan perfectas. Esta actitud les ayuda mucho en el aprendizaje de gestión de sus responsabilidades y fortalece su autoestima.
Predicar con el ejemplo: Esto es muy positivo: que el adulto, siempre que sea posible, haga sus propios “deberes” a la vista del niño, mientras este hace los suyo: cálculos relacionados con la economía hogareña, revisión de facturas u otros papeles, leer un libro, etc. Será una motivación extra por dos motivos: por un lado, porque los pequeños siempre intentan parecerse a sus mayores, y por otro, porque es una excelente manera de demostrarles que lo que aprenden ahora les servirá para su vida en el futuro.
Estar atentos para ayudar, sobre todo si el niño se atasca con la tarea: La manera, por supuesto, no es hacer la actividad por él, sino darle alguna pista para acercarlo a la solución correcta. Otra posibilidad, si el pequeño está estresado debido a la dificultad de los deberes, es darle un respiro: que se tome un recreo para despejar la mente y vuelva a intentarlo.
Más que enseñar, dar instrumentos para pensar: En muchas ocasiones los mayores podrán aclarar las dudas de los estudiantes, pero tal vez no siempre puedan hacerlo. En tales casos, no hay que agobiarse: el rol de los padres es acompañar a los hijos y proporcionarles ideas, instrumentos para pensar y buscar alternativas. No es conveniente regañarlos por no haber resuelto las dudas en la clase, sino alentarlos para que en la siguiente no olviden hacerlo.
Revisar los deberes hechos: Esto no solo supone una primera instancia de corrección, sino también una demostración de interés por parte del adulto hacia las actividades del pequeño, lo que para el menor resulta fundamental por la motivación que representa. La revisión siempre debe comenzar por destacar lo positivo: las cosas que el niño ha hecho bien, los avances y mejoras que se detecten, etc. Esto será tomado por el estudiante como un reconocimiento por su trabajo y lo animará a seguir adelante. Después sí será momento de mencionar los errores o fallos cometidos, sin dramatismos ni exageraciones. Por graves que sean, son faltas que se pueden corregir y forman parte del proceso de aprendizaje.
Evitar las “recompensas” por hacer los deberes: Una cosa es la motivación y otra la promesa de un premio a cambio de que el niño haga sus tareas. Con una oferta de este tipo, se corre el riesgo de que la situación se desnaturalice y el pretendido premio se convierta en una especie de “soborno”. Lo más apropiado es que las motivaciones y los incentivos sean de otra clase.
Hablar de los deberes escolares con términos positivos: La connotación de las palabras es fundamental en este sentido: si los padres se refieren a los deberes con expresiones que lo presentan como un castigo, algo malo o aburrido, seguro que los niños los vivirán de esa manera. Por eso siempre lo adecuado es que, cuando se hable de las tareas, se haga con palabras “buenas”, que destaquen lo mucho que el niño aprenderá, para qué le servirá en el futuro, lo interesantes que pueden ser los conocimientos.
Tomado de http://www.consumer.es/web/es/bebe/ninos/mas-de-4-anos/2012/05/23/209750.php